Luis y Claudia investigan lo sucedido la noche anterior con la sospecha de que la detención de su hija haya sido en realidad una trampa. Desde la embajada mueven todos los hilos posibles, pero las vías legales y diplomáticas para sacar a Ester de la cárcel tardan en dar resultado y, mientras siguen intentándolo, Ester vive el infierno de una prisión tailandesa, aterrorizada ante una probable condena a cadena perpetua. La familia se pone en manos de un abogado, y a medida que pasan las horas toman conciencia de que la única vía para sacarla cuanto antes de la cárcel es el soborno, una práctica que les cuesta aceptar y para la que, por otro lado, ni siquiera disponen del suficiente dinero. Mientras tanto, Bernardo, el cónsul, consumido por la culpa y el temor a ser descubierto, empieza a plantearse la posibilidad de colaborar con la Justicia para denunciar la corrupción de la embajada.